Por norma general, el ser humano trata de buscar explicación a todos los acontecimientos que por x o por b no pueden ser asimilados directamente por nuestra capacidad comprensivo-intelectual. Por suerte, supongo, tendemos a encontrarla, sin embargo, en ciertas ocasiones se hace más difícil de lo que ninguno esperaba, haciendo, por tanto, imposible su comprensión. Esta es una de esas situaciones:
Hace ya más de una década, un muchacho con cinta y pelo negro y largo acechó una inesperada final del Open de Miami (Estados Unidos), contra el que probablemente es, ha sido, y será el mejor tenista de todos los tiempos; el suizo Roger Federer. Aquella final se decantó del lado de un ya experimentado número 1 mundial, pero lo que la afición al peloteo, los golpes imposibles y las voleas irracionales no vio fue que en segundo plano se estaba llevando a cabo un hecho histórico en este bello deporte; el nacimiento de una estrella.
Un año más tarde, consolidado ya el brillo de la misma gracias al alcance de finales y semifinales en los más prestigiosos torneos, la historia se repitió. La pista tenística principal de un soleado paraje en el sudeste de los Estados Unidos tuvo, de nuevo, el privilegio de otorgar el escenario a uno de los partidos más inolvidables de los últimos tiempos, una nueva final entre los dos mejores jugadores de la historia de este deporte. El desarrollo del espectáculo tomó un rumbo diferente al de un año atrás, siendo un partido más disputado y "disfrutón", como bien diría el casado con su profesión Guillermo Giménez. Tras la silueta de un joven rafa tirado en la pista, Manacor recibió la primera gran alegría de todas las que posteriormente llegarían.
Se consumaron años del mayor de los éxitos, alcanzando el número uno en más de uno ocasión y consolidándose como tal con el paso de los años. Por desgracia, una terrible lesión de rodilla que le mantuvo fuera de su hábitat natural durante un largo período de tiempo hizo creer a todo un país que su héroe había desaparecido. Volvió a sujetar la caña de la raqueta, pero no se veía a Rafa más que en determinadas situaciones de los partidos. Hasta que todo cambió.
Llegó la pretemporada de 2017, con algún que otro partido de exhibición en Qatar. Las galopadas y los paralelos imposibles volvían a pasear por las calles de Manacor. Rafael había despertado de su letargo. Llegó entonces el primer Grand Slam de la temporada, el Open de Australia. El mallorquín se deshizo de todos sus rivales mientras el torneo seguía su curso y, tras derrotar en una épìca semifinal a Dimitrov, se presentó en una nueva y esperada final de un grande, en la que el destino todavía tenía preparado un regalo más. Federer le estaba esperando al otro lado de la red. Sucedió como en su primer enfrentamiento, pero la balanza pudo haberse inclinado hacia cualquiera de los dos polos.
Abierto el mes de Abril de 2017, comenzaba la temporada de tierra batida, y con ella, el torneo de Montecarlo. Pasaron Edmund, Anderson y Zverev, entre otros, hasta que la sorpresa volvió a llamar a la puerta; una final española frente a Albert Ramos Viñolas. Este último, barcelonés, le plantó cara como buenamente pudo, pero un inmenso Rafa Nadal volvió a hacer volar a toda una nación que vio de nuevo a aquel joven de 17 años.
Actualmente, a 28 de Abril, Rafa se ha colocado en las semifinales del Conde de Godó (Barcelona) tras derrotar al surcoreano Shung. Todavía espera rival, que saldrá del enfrentamiento entre Khachanov y el argentino Zeballos. Lo que es seguro, es que Rafael Nadal ha regresado y, pase lo que pase de aquí a su inevitable retirada del circuito ATP, seguiremos volando en la memoria con este histórico deportista que perdurará por siempre en la sangre de todo aficionado al tenis.
J.M.Vergas
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